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sábado, 25 de febrero de 2012

MEDITACIÓN Y EL ENFOQUE ZEN

La meditación es una de las técnicas de relajación que se utilizan en psicoterapia, pero de acuerdo con numerosos estudios, tiene efectos cognitivos, fisiológicos y psicoterapéuticos. Los especialistas señalan diferencias entre los efectos de la relajación en cuanto a la forma en que se origina, sus efectos, las formas y los métodos de aplicación. La meditación puede llegar a tener efectos en el sistema nervioso, sobre todo a largo plazo; por ello se ha intentado aplicarla de manera terapéutica en el campo de la psicología clínica.
Muchas culturas y religiones orientales utilizan la meditación; ésta no es una técnica de relajación, pero tampoco conduce necesariamente a un estado de iluminación o éxtasis religioso ni es un entrenamiento para lograr mayor resistencia al dolor.
Las técnicas de meditación sirven para desarrollar la autoconciencia sensorial, emocional, intelectual y mística para trascenderlas y de este modo alcanzar la conciencia del ser.
En pocas palabras, desde el punto de vista religio­so y místico, la meditación puede entenderse como un conjunto de sistemas que sirve para desarrollar y apli­car la capacidad de autoconciencia.
Una descripción general sería que la meditación es una técnica aprendida con la que se desplaza la atención, que normalmente se centra en estímulos identificables, a un estado de atención no focalizada.
La diferencia con las técnicas de relajación es que en la medita­ción no se trata de lograr el con­trol, relajar músculos a voluntad, generar calor ni concentrarse en la sensación de alguna parte del cuerpo, externa o interna.
Por eso los efectos que la medi­tación produce en el organismo no son los mismos que generan las téc­nicas que ayudan a tranquilizarse.
Puede reducir la respuesta motora, las frecuencias respirato­ria y cardiaca, la tensión muscular, etcétera. En general, es capaz de reducir los signos vitales.
El interés de los científicos por la meditación comenzó hace varios años. En las décadas de los sesenta y los setenta se demostró que las personas que usaban estas técni­cas podían lograr niveles extraor­dinarios de concentración. En sus investigaciones, el doctor Herbert Benson, profesor de medicina de la Universidad de Harvard, deter­minó que practicar la meditación trascendental contrarresta los me­canismos cerebrales que se asocian con el estrés.
La veracidad de estas y otras características se llevó al plano de las pruebas clínicas en los años setenta, cuando se realizaron di­versos estudios para determinar los efectos de la meditación en el cuerpo. Fue entonces cuando se empezó a notar que, al contrario de las técnicas de relajación, la me­ditación incrementa algunos pará­metros indicadores de la actividad del sistema nervioso central.
Digamos que si las técnicas de relajación entrenan a una persona para afrontar hechos estresantes y controlar ciertos efectos que dicho estrés produce, la meditación entre­na al individuo para que despoje a los hechos de características estresantes, pero además incide directamente sobre los niveles de cortisol en sangre. El cortisol es un esfe­roide que metaboliza hidratos de carbono, proteínas y grasas, aumenta la producción de glucógeno en el hígado y promueve la síntesis de glucosa. En clínica se emplea esencialmen­te por su efecto antiinflamatorio.
Los resultados de muchos de los estudios clínicos realizados en los últimos 20 años se han conjuntado con el objetivo de tener un panora­ma más amplio de los efectos de la meditación. En conjunto han reportado que disminuye la presión sanguínea y la frecuencia cardiaca, in­crementa el riego sanguíneo cerebral y la resis­tencia de la dermis.
La experiencia no sólo se acompaña de una reducción significativa de actividad metabólica sino que cesa la actividad res­piratoria normal y ocasiona cambios en el sistema nervioso autónomo, reduce la depresión y la ansiedad, así como la necesi­dad de consumo de alcohol en los adictos. Además, en los estudios se han observado mejoras en casos de asma, tartamudeo, eya-culación precoz e insomnio. También se ha comprobado que promueve la rehabilitación, ayuda a los cuidados paliativos y los procesos de duelo. En general, se observa que mejora las llamadas “variables fisiológicas de la edad” y que coadyuva al manejo del dolor crónico.
Clínicamente, el estado meditativo se puede distinguir del estado de relajación y del sueño por una serie de lecturas de los niveles de hormonas y neurotransmisores, flujo san­guíneo, metabolismo y función respiratoria.

Investigadores clínicos han desarrollado técnicas semejantes, como la llamada respues­ta de relajación, creada en Harvard, Estados Unidos, que condensa la esencia de la prác­tica meditativa, y la más famosa meditación trascendental, que el líder religioso Maharishi popularizó) en los años sesenta.

Una de las características de la medita­ción trascendental es que no es necesario ser budista o adoptar una filosofía determinada para poder practicarla. Se basa en el deseo de entrar en un estado de conciencia que ayude a entenderse mejor a uno mismo y al mundo; para ello se utiliza un mantra, que es un soni­do sin significado asociado, el cual se repite hasta que la mente queda absorta y los pensa­mientos se hacen pausados o desaparecen.

La repetición de un mantra (punto esen­cial en la práctica de la meditación) crea una resonancia que ayuda a la mente a relajarse sin dejar de estar alerta; se supone que ello permite alcanzar niveles profundos de con­ciencia interior. El mantra es personal; el guía lo asigna a cada persona y debe de usarse toda la vida. Puede ser sólo un sonido (como el co­nocido om) o una frase de varias líneas.

La meditación se practica desde hace más de tres mil años. Durante mucho tiempo se consideró una práctica reservada a los monjes budistas; luego, segui­dores de filosofías como el zen volvieron a interesarse en ella. En Estados Unidos hay cada vez más adeptos y no está lejos el día en que lleguen a sumar diez mi­llones de personas practicantes.

En Asia hay varias tradiciones de meditación: yoga, budismo, taoísmo, zen, que se basan en la idea de que más allá de las sensaciones, pensamientos, per­cepciones e imágenes mentales que una persona pue­da tener y percibir con “el ojo de la mente”, es posi­ble acceder a la verdadera conciencia si se invierte la dirección de la atención, que normalmente se orienta hacia el exterior.


Aquellas que se originaron en el Lejano Oriente, en China y Japón, plantean la meditación en forma di­recta para buscar la serenidad, alcanzar la transparen­cia y entrar en el vacío mediante la fijación de los ojos en un punto y la mirada puesta en el interior. En India se prefiere la unión de lo humano con su fuente o ser por medio de la meditación y la repetición de mantras. La vibración de los sonidos de losmantras sirve para estabilizar las facultades de la persona y facilitar el tra­bajo de la conciencia en esa búsqueda de enlazarse con el ser.
Al parecer, una de las descripciones más antiguas corresponde al siglo VIII y es del filósofo Padmasam-bhava. Ya entonces era una técnica budista indo-tibe-tana para ajustar la mente a su “estado natural”.
La meditación implica alejarse tanto de las cosas externas como de pensamientos y sensaciones para lo­grar una percepción ’sin objetos’.
Meditar, según el zen, es la condición natural de la conciencia humana, que es capaz de comprender por sí sola el significado de su existencia, incluso si esto sucede a nivel del inconsciente. Sin embargo, esta percepción suele interrumpirse debido a la agitación o la demanda de atención de otros asuntos. La práctica de un sistema o rutina de meditación devolvería a la mente a ese estado básico y primordial. Algunos maes­tros zen indican que meditar es “tocar el corazón” del ser humano.
Cada escuela tiene diferentes maneras y técnicas específicas de meditación. Para algunas es la forma en que la mente puede alcanzar un plano de realidad y entendimiento que va más allá de los sentidos o de la educación, y que permite controlar las motivaciones de la personalidad.
Para el budismo zen la meditación es un estado natural de crecimiento, siempre y cuando el ego no lo interrumpa.
Existen numerosos métodos para meditar; muchos provienen de las antiguas tradiciones y continúan en uso hoy en día; otros se han creado más recientemen­te, pero son adaptaciones de las originarias. A grandes rasgos, las técnicas para aquietar el bullicio mental y lograr un estado de calma y relajación pueden dividir­se en dos grandes grupos:
1)      Las que emplean un objeto con la finalidad de fijar en él la concentración, como la meditación tras­cendental. Dicho objeto puede ser tangible, como una vela, pero también puede ser una palabra o una frase completa, e incluso la propia respiración. Una variante es meditar caminando, de modo que la atención se cen­tre en cada paso, en todos los movimientos que realiza el cuerpo (incluida la respiración) y en las sensaciones. Cuando una persona aprende la técnica, el ins­tructor le proporciona una palabra o frase, denomina­da mantra, en la cual deberá concentrarse.

2)      Las que no centran los pensamientos en un ob­jeto o sensación, sino que permiten que estos fluyan libremente, sin detenerse a analizarlos ni juzgar su contenido. Así, la persona que medita se convierte en una especie de observador de lo que pasa por su mente. En la meditación introspectiva el objetivo no es dete­ner la mente ni aquietarla sino centrar la atención en el presente, de modo que las preocupaciones por el fu­turo desaparezcan. En este grupo se incluyen técnicas como Vipassana, -cuyo origen se atribuye a Buda.

El Vipassana es un método cuyos efectos han sido estudiados por medio de experimentos en el ámbito médico, y el que cuenta con más datos científicos. Una técnica similar, pero surgida en Japón a partir del zen, es el llamado zazen.
Durante la práctica de la meditación zen se puede desarrollar la atención al centrarla en cuatro aspectos: corporal, sensorial, emocional y mental. Aunque las condiciones más propicias para meditar se logran es­tando sentado -en la postura conocida como “loto” o “medio loto”-, también se puede meditar caminando, de pie y acostado, pues se trata de desarrollar un ni­vel óptimo de atención que se pueda sostener de modo normal.
La meditación zen no es una terapia ni un ejercicio físico o mental que sirva para curar enfermedades. Su función principal es clarificar la naturaleza del ser y, por así decirlo, ayudarnos a despertar a lo que somos. Aunque la meditación zen actúa sobre el cuerpo, las emociones y la mente, para esta doctrina la concien­cia no se distingue de lo corporal, lo emocional ni lo mental, así que los cambios que se logren en la con­ciencia de ser se manifiestan también en la manera de ser cuerpo, de experimentar las emociones y de pensar y concebir la realidad.

Los maestros zen afirman que con esta práctica -que de acuerdo con un dicho del siglo V debe hacerse “con la piel, con la carne, con los huesos, con la mé­dula”- se logra aumentar la conciencia de la fisiología propia. Esa autoconciencia corporal es esencial para practicar una medicina preventiva respetuosa de las necesidades corporales: dormir suficiente, alimentarse adecuadamente, adoptar posturas correctas, realizar actividades físicas apropiadas, etcétera. Por eso, el ob­jetivo de la meditación zen no es permanecer sentado e inmóvil todo el tiempo que sea posible, pues el cuerpo y la mente están interrelacionadas, de manera que a diferentes actitudes corporales corresponden diferen­tes estados psicológicos, y los sentimientos se expresan de diferentes maneras en el cuerpo.
El nexo, el punto de unión entre lo material y lo espiritual, es la conciencia de la respiración que genera la práctica de la meditación zen.
Durante el zazen hay un menor consumo de oxí­geno, pero al mismo tiempo es posible lograr una ma­yor oxigenación pulmonar. De hecho, el análisis del consumo de oxígeno muestra que éste disminuye no­tablemente. El oxígeno es el “combustible” del orga­nismo, y durante el zazen se produce un considerable ahorro de esa energía debido a que el metabolismo se hace incluso más lento, que durante el sueño, y ello tiene efectos positivos sobre la salud.
Quizá su éxito reciente se deba a que en la actuali­dad muchas personas tienen necesidad de liberarse de la tensión mental que les produce la vida agitada de las grandes urbes.
La meditación zen relaja la actividad del lóbulo frontal y estimula la del tálamo, hipotálamo y demás zonas del llamado “cerebro primitivo”, el cual básica­mente regula la actividad del sistema nervioso autó­nomo y, a través de él, la actividad biológica incons­ciente. En la medida en que esto se va produciendo, el electroencefalograma indica la presencia de ondas alfa theta en el cerebro. Las ondas alfa son emitidas por practicantes experimentados de meditación zen unos diez minutos después del comienzo de la sesión. A los treinta minutos, el registro cerebral de ondas theta indica objetivamente que el practicante ha alcanzado un estado profundo de meditación, comparado a una “ensoñación consciente”. Los viejos maestros con­siguen permanecer en el límite entre las ondas theta(ensoñación consciente) y las delta (sueño profundo). Podríamos afirmar que este estado constituye el equi­librio perfecto entre actividad mental consciente y actividad mental inconsciente, o lo que es lo mismo, entre sistema nervioso autónomo y sistema nervioso voluntario.
En resumen, la meditación zen es una técnica para expandir la conciencia que permite una captación sen­sorial más amplia, una transmisión de las señales más fluida, un procesamiento de la información más com­pleto y, por lo tanto, una reacción más adaptada a la realidad.
Aunque todavía no se han hecho suficientes es­tudios científicos sobre los efectos de la meditación zen en la salud, el tema despierta el interés de los especialistas.

FUENTE: Noticias de Salud. www.josalud.com/

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